viernes, 24 de mayo de 2019

UN BESO CADA DÍA

UN BESO CADA DÍA

El sapo Camilo vivía en la orilla de un río, muy lejos de su novia Tatiana. Ella tenía su casa a muchos kilómetros de allí, río abajo. El día que se hicieron novios en el Gran Baile Batracio de fin de año, Camilo le prometió:
-Iré cada día a darte un beso, ¡Oh Tatiana!
Al día siguiente Camilo construyó un bote de alambre. a. Apenas lo colocó en el agua, el bote se hundió. Camilo tuvo que ir dando saltitos hasta la casa de Tatiana: diez horas para ir, diez horas para volver.
Al segundo día fabricó un bote de papel. Ni bien lo puso e el agua, el bote se mojó y de desarmó. Camilo saltó hacia la orilla y dando saltitos fue hasta lo de Tatiana: diez horas para ir, diez para volver.
Al tercer día, hizo un bote con masa de torta. Al rato de navegar se tentó y le dió un mordiscón. El bote se desintegró y Camilo nadó hasta la orilla.
Otra vez fue dando saltitos hasta lo de Tatiana.
En los días que siguieron Camilo hizo botes de cemento, barro cocido, vidrio, yeso. Un fracaso cada día.
Cuando le contó su problema a Tatiana, ella se enojó:
-¡Decís eso porque no querés venir a verme!
Por suerte, el abuelo de Tatiana escuchó todo.
Lo llaó a Camilo y le dijo:
-Al bote hay que hacerlo con madera. La madera flota. A partir de ese día Camilo fue a visitar todos los días a Tatiana en su estupendo bote de madera con remos de palo: media hora para llegar, dos horas para volver remando contra la corriente.
Ricardo Mariño 

miércoles, 15 de mayo de 2019

LA SOMBRERA


LA SOMBRERA



María Elena Walsh

SAPO VERDE

SAPO VERDE

Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.
Ni ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las mariposas del Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo.


—Feúcho puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto como refeo... Para mí que exageran... Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde. Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las mariposas.
La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de los Bichos.
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como siempre, con muchas palabras:
— ¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.
— Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
— ¿Piensa pintar la casa?
— Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?
En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el espejo del charco.


Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito de verde. ¡Igualito a las mariposas!
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se vinieron en bandada para el charco.
— Más que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos con las patas.
— ¡Feón! ¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas con las carcajadas.
— Además de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy elegante.
— Lo único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia.
Tanta vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores.
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose como locas.
— ¡Sa-po verde! ¡Sa-po verde!
La que no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas.
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotear entre los yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en voz bien alta:
— ¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y transparentes, todo el verano.



Graciela Montes

LA PLAPLA




    LA   PLAPLA



       


María Elena Walsh



viernes, 26 de abril de 2019

EL NABO GIGANTE

EL NABO GIGANTE


Esta es la historia de un nabo gigante, o de uno chiquitito que con el paso del tiempo se transformó en un nabo enorme.
Un viejo campesino había plantado un nabo muy pequeño en su huerta y todas las mañanas lo regaba y cuidaba para que pudiera crecer fuerte y bien grande.
-¡Tendré el nabo más grande del mundo! -repetía cada vez que lo veía-. Con él voy a preparar la sopa más sabrosa que jamás se haya cocinado.
El nabo crecía y crecía, hasta que un buen día, el viejo pensó que ya había llegado el momento de la cosecha. Fue hasta la huerta y, con todas sus fuerzas, tiró y tiró pero no logró arrancar el nabo porque era enorme y muy pesado.
-¡Rosa! ¡Vení! ¡Ayudame! Este nabo es tan grande que no puedo arrancarlo solo.
Rosa, la vieja, fue hasta la huerta y se tomó de la cintura del viejo. El viejo agarró el nabo y los dos comenzaron a tirar.
La vieja tiró del viejo y el viejo tiró del nabo, pero aun así no lograron arrancarlo.
La vieja, entonces, llamó a su nieto y los tres juntos volvieron a intentarlo.
El nieto tiró de la vieja, la vieja tiró del viejo y el viejo tiró del nabo, pero aunque el refrán dice que la unión hace la fuerza, esta vez no fue así porque ni siquiera uniendo las fuerzas de los tres lograron arrancarlo.
El nieto miró a su alrededor y vio que en uno de los corrales una vaca pastaba tranquila.
-¡Vaca, ayudame por favor!
La enorme vaca se acercó hasta la huerta; otra vez se pusieron todos uno detrás del otro y armaron una filita para poder tirar juntos.
La vaca tiró del nieto, el nieto tiró de la vieja, la vieja del viejo y el viejo del nabo.
Pero el nabo siguió inmóvil, parecía estar muy cómodo dentro de la tierra.
Entonces la vaca llamó a un cerdito que jugaba en el barro.
Con sus patas sucias, el cerdo tiró de la vaca, la vaca del nieto, el nieto de la vieja, la vieja del viejo y el viejo del nabo. Tiraron con fuerza pero no lo lograron.
Entonces el cerdo llamó al perro y todo volvió a repetirse.
El perro tiró del cerdo, el cerdo de la vaca, la vaca del nieto, el nieto de la vieja, la vieja del viejo y el viejo del nabo.
Tiraron y tiraron con toda la fuerza del mundo, pero no pudieron arrancarlo.
Al ver que aun así no había funcionado, el perro llamó a un gato para que pudiera ayudarlos.
El gato tiró del perro, el perro tiró del cerdo, el cerdo de la vaca, la vaca del nieto, el nieto de la vieja, la vieja del viejo y el viejo del nabo. Y... ¿saben qué? Aunque todos tiraron bien fuerte, no lo lograron tampoco.
En ese momento, una gallina y cinco pollitos pasaban por el lugar. Entonces al gato se le ocurrió que también podían colaborar.
Los cinco pollitos tiraron de la gallina, la gallina tiró del gato, el gato tiró del perro, el perro tiró del cerdo, el cerdo tiró de la vaca, la vaca tiró del nieto, el nieto tiró de la vieja, la vieja tiró del viejo y el viejo tiró del nabo. Tiraron fuerte, ¡bien fuerte!, ¡más fuerte que nunca!
Tiraron y tiraron y, cuando nadie se lo esperaba, el nabo salió de la tierra y cayó sobre el viejo, el viejo sobre la vieja, la vieja sobre el nieto, el nieto sobre la vaca, la vaca sobre el cerdo, el cerdo sobre el perro, el perro sobre el gato, y el gato sobre la gallina y los cinco pollitos. Pero a ninguno de ellos les importó golpearse, porque finalmente ¡habían logrado arrancar el nabo!
El nabo era el más grande que se hubieran imaginado y, para festejarlo, el viejo campesino cocinó una deliciosa sopa y los invitó a todos: a los cinco pollitos, a la gallina, al gato, al perro, al cerdo, a la vaca, al nieto y a la vieja.
A él mismo no se invitó, porque nadie se invita a sí mismo. Al nabo gigante tampoco, porque era parte del menú.
Y así termina este cuento, con todos felices pero sin comer perdices, porque a partir de ese día la sopa de nabo gigante se transformó en la comida preferida del viejo, de la vieja, del nieto, de la vaca, del cerdo, del perro, de la gallina y de los cinco pollitos.

Cuento popular ruso
Adaptación de María Lorena González